David Shields / Energía y
globalización
Reforma
(07 Junio 2005).-Colaborador Invitado.
El sector de la energía no ha entrado
plenamente a los esquemas de la
globalización. ¿Aún es probable que lo
haga?
Ahora que prevalece en México, en
forma prematura, un ambiente preelectoral
con miras al cambio de Gobierno en el
2006, no se puede ignorar las tendencias
político-electorales en otros países.
En América del Sur, se ha observado un
giro a la izquierda, mientras que en
Europa Occidental -Francia, Holanda,
Alemania e Italia- los electores acaban
de castigar en las urnas a sus
gobernantes por promover políticas de
integración y libre mercado.
Estas tendencias podrían parecer
ilógicas en una era de economías
abiertas regidas por la competitividad,
como si la gente quisiera aislarse de los
cambios y de los procesos de
globalización, refugiándose en
fórmulas de Gobierno que funcionaron en
el pasado. En Sudamérica, ha crecido la
pobreza y, por eso, la gente desconfía
del neoliberalismo y rechaza el liderazgo
de Estados Unidos. En Europa, la
población ve la pujanza de naciones
emergentes como India, China y -más
cerca de sus fronteras- Polonia y
Turquía como una amenaza a su bienestar.
El rechazo al despiadado avance de la
globalización entraña un anhelo de
rescatar valores e instituciones
nacionales. En México, se ha vivido el
mismo fenómeno en materia energética.
La clase gobernante ha propiciado un
enfoque globalizador basado en el fomento
de la inversión extranjera directa,
mientras que otros grupos políticos,
sindicales y sociales se oponen a este
tipo de apertura. Aún no se resuelve la
confrontación de ideas e intereses entre
estos dos grupos y quizás las elecciones
del 2006 tampoco la resuelvan. Es muy
factible que los candidatos que propongan
una apertura amplia al capital privado
queden en desventaja, ya que muchos
mexicanos siguen convencidos de que las
aperturas y las reformas de libre mercado
no son el único camino.
Sin duda, en lo que resta de este
sexenio, el gobierno de Fox seguirá
empujando proyectos con un enfoque de
apoyo a la inversión extranjera en los
ámbitos en que la ley no la impide. Un
ejemplo son las plantas de
regasificación de gas natural licuado
(GNL). Ayer mismo, la Comisión Federal
de Electricidad (CFE) recibió ofertas
para la construcción del gasoducto que
vinculará la planta de GNL de Altamira
con la central eléctrica de Iberdrola
en Tamazunchale, San Luis Potosí. Este
proyecto es parte de una visión más
amplia para llevar gas a más centrales
eléctricas y fortalecer la red nacional
de gasoductos. Sin embargo, otras
aperturas, como los planes de Pemex para
incursionar en aguas profundas del Golfo
de México, no podrán avanzar en el
corto plazo, ya que la Constitución y
las leyes son un obstáculo.
El sector de la energía sigue
entrampado ideológicamente. Se percibe,
por un lado, que el Gobierno tiene la
intención de abrir el sector a toda
costa, aunque sea mediante contratos y
endeudando al máximo a las
paraestatales. Esto genera desconfianza
en algunos sectores y recrudece su
oposición a las aperturas, a pesar de
que algunas de ellas parecen convenientes
en términos de lo que aportarían al
desarrollo nacional.
En realidad, las soluciones a los
problemas del sector energético no se
darán sólo con base en las ideas de los
promotores de la globalización, ni
tampoco con base en las ideas de sus
detractores, sino sumando las ideas de
ambos grupos. Un ejemplo: ¿cómo
asegurar el abasto futuro del gas
natural? Los globalizadores ven el GNL
como la solución más práctica, en
tanto se eleva la producción nacional de
gas. Esta estrategia tiene la desventaja
de depender de un combustible producido
en países lejanos y controlado por las
transnacionales. Los opositores a este
enfoque proponen usar combustibles
obtenidos del petróleo mexicano en vez
del gas. Esta opción, aun siendo viable,
no es fácil, ya que obliga a reorientar
a fondo la política energética. La
mejor idea es tratar de sumar las dos
ideas: promover el LNG y también otros
combustibles.
Lo mismo ocurre en la política
petrolera. Los globalizadores proponen ir
a aguas profundas, lo cual implicaría
abrir una ventana de negocios a las
transnacionales. La alternativa es que
Pemex explore más en aguas someras y
desarrolle yacimientos que ya están
localizados. La primera opción es muy
difícil; la segunda, insuficiente. Lo
mejor sería combinar los dos enfoques.
Ni los defensores ni los detractores
de la globalización tienen toda la
razón. Unos aseguran que la causa de
todos los males es la defensa de la
soberanía nacional sobre el petróleo y
el gas; los otros dicen que los esfuerzos
por abrir y privatizar han provocado las
problemas. Son desafortunadas las
críticas a la defensa de la soberanía,
como si México fuera la excepción, y no
la regla, al establecer el dominio de la
Nación sobre sus recursos naturales. Sin
embargo, no es razonable pensar que el
futuro energético del País se pueda
garantizar a través de sólo dos
empresas verticalmente integradas y cero
apertura a las tendencias globalizadoras.
La inserción de México en los
esquemas globales de negocios y la
defensa de la soberanía energética
deberían ser conceptos complementarios,
basados en objetivos que todos los
mexicanos podemos compartir, más allá
de las ideologías. Estos objetivos
incluyen el tener energéticos en
cuantía suficiente y a precios
competitivos, promover que la energía
contribuya al desarrollo nacional y
lograr que México sea más
autosuficiente en gas natural, gasolinas
y petroquímicos. Debería ser posible
-incluso fácil- alcanzar una
convergencia de intereses sobre estos
objetivos primordiales. Después,
vendría el reto de definir estrategias
para alcanzarlos y decidir hasta qué
punto se realizarían cambios legales o
aperturas.
No ha habido liderazgo en los últimos
años para fijar unos cuantos objetivos
básicos, susceptibles de ser apoyados
por todos, como punto de partida para el
debate sobre energía. Por eso, prevalece
el desorden y el desacuerdo en las
discusiones sobre la política
energética. Habiendo consenso sobre
principios y objetivos básicos, se
podría estructurar un discusión real
que permita construir alternativas entre
los extremos de la apertura
indiscriminada y la exclusividad
jurídica de las empresas estatales.
Si los mexicanos queremos un País
próspero y competitivo, no podemos
permanecer al margen de las tendencias
globales ni despreciar el capital
extranjero. Esto, sin embargo, no tiene
por qué significar endeudar, desmantelar
o hacer a un lado las empresas estatales.
Hay que poner por delante los intereses y
el bienestar de los mexicanos. Si ése es
el propósito superior, tanto el
nacionalismo como la globalización
pueden ser fuerzas compatibles que
trabajen a favor del País.
David Shields es consultor
independiente y analista de temas
energéticos.
Su e-mail: davshields@hotmail.com
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